CONAN


El hombre que no teme a humano o a bestia nació en el lejano Norte durante la mítica Edad Hybórea, antes de que los océanos hundieran a Atlantis. Y también nació en Cross Plains, Texas, cuando el siglo XX apenas comenzaba.

Más de veinticinco relatos escritos por Robert Erwin Howard y un sinnúmero de secuelas escritas por otras manos en más de cien publicaciones y recopilaciones cuentan las hazañas de un bárbaro que ascendió desde el fango de las calles de Zamora, la ciudad de los ladrones, hasta el trono de Aquilonia, vistiendo la armadura como mercenario para muchos de los reinos hiborios y pilotando naves piratas en la Costa Negra bajo el apodo de Amra el León, y de paso ganándose las caricias y a veces el corazón de bellas y exóticas princesas, guerreras y ladronas.

El concepto primario detrás de la montaña muscular, iracunda y asesina de Conan El Cimmerio es el ser humano simple y mortal cuyo mayor poder radica precisamente en su propia mortalidad y, sobre todo, en la conciencia que la acompaña y que le permite acometer las más osadas hazañas sin temor. Por eso Conan sólo teme a la Magia: inmaterial, incomprensible e imposible de combatir por el único medio que Conan conoce y domina: el filo de la espada.

Ese concepto fue el que ofreció a Conan la posibilidad de conquistar, además de reinos, las estanterías de millones de lectores masculinos – y muy pocos femeninos – que encontraron en el personaje un reflejo de sus más básicas aspiraciones: fuerza bruta y mujeres hermosas. Cabe anotar, sin embargo, que una de las mayores virtudes del cimmerio es su primario código de honor que le obliga a respetar profundamente a la Mujer, impidiéndole maltratarla o forzarla. Toda una lección para ciertos abundantes bárbaros contemporáneos que se creen bastante masculinos.

Otra de las características del Cimmerio es su estrecho lazo con su creador. Conan no es sino el Alter Ego ideal del propio Robert E. Howard, quien buscaba en las aventuras de su gigantesca proyección un alivio para un mundo “real” cada vez más denso, pesado y poco atractivo; un mundo que, de hecho, decidió dejar por propia mano en 1936.

Esa instintiva apelación al bárbaro dentro de Howard y, a través de él, dentro de todos nosotros, ha continuado a través del tiempo, y ya no sólo desde el texto impreso. Ilustradores, dibujantes de cómics y artistas de la talla de Frank Frazzetta, Boris Vallejo y Luis Royo han ofrecido sus pinceles para dar al concepto una imagen. Sin embargo, dicha imagen sólo se puso en movimiento hasta 1981.

Quizá antes de esa fecha no existiera una montaña muscular capaz de representar al bárbaro, y la industria cinematográfica hubo de esperar la aparición de Arnold Schwarznenegger para personificar (sin mucho esfuerzo) a un silencioso cimmerio. En cualquier caso, la película, dirigida por John Milius sobre un polémico guión del propio Milius con la cooperación de Oliver Stone y al asesoría del escritor L. Sprague de Camp, se constituye en uno de los mejores ejemplos de una buena adaptación cinematográfica – punto de discusión, polémica y diatriba dondequiera que se hable de ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si no ha nada que hablar. pa' que hablar